Siguiendo la pauta de ‘Esta es una historia real, le sucedió
al amigo de un amigo’ del Cartoon Network que hoy todos extrañamos, les contaré
la historia de Jimmy, un jovenzuelo amante del cine y las novelas eróticas.
Mientras la adolescencia consumía su inocencia y los sueños húmedos alimentaban su curiosidad, el chaval ya planeaba una nueva aventura pero esta vez con aroma a hazaña. A pocos días para finalizar la semana, nervioso y algo eufórico, el destino era claro y la decisión estaba tomada: cogería la línea naranja y enrumbaría directo en busca de placer.
De hecho, durante el camino, dejó volar su imaginación
inspirado por alguna de las escenas sexuales narradas en la literatura pornográfica
que consumía, una descripción tan explícita acerca del amor que podría,
fácilmente, confundir el erotismo con lo obsceno.
Una gigantesca casa de fachada amarilla, vidrios opacos y
enrejado blanco, rodeada de sucias margaritas, era el final de la ruta.
Presuroso, tocó un botón bajo un cartel apolillado y pintado con esmalte que
decía timbre, un señor de fino bigote y elegante esmoquin negro decorado con un
ridículo pañuelo color rosa asomó y lo
invitó a pasar diciendo:
– ¡Adelante,
caballerito!
– ¡Muchas gracias! – respondió Jimmy.
Después del ambiente polvoriento, el piso apolillado y las crujientes escaleras, un majestuoso salón
decorado con luces neón abría sus puertas para recibirlo. Diez deliciosas
ninfas esperaban por él, dotadas de vestimentas cortas y casi transparentes,
que con sublimes contorneos intentaban llamar su atención.
Por el módico valor de treinta nuevos soles, cualquiera de
estas ninfas era capaz de llevarle a tocar el cielo por un instante. Escogió
con cautela a su ninfa predilecta y se dirigió al dormitorio asignado. Allí
dentro, al lado de la cubeta con agua y el papel rosado, depositó la cantidad
pactada por un viaje de tan solo media hora.
Con mucha suavidad, ella dejaba flotar su fina cabellera sobre
el viento que brotaba por alguna de las ventanas y sedujo al joven con un
perfecto baile sensual soltando una a una sus prendas. Aquella mujer conocía
perfectamente el trayecto hacia el punto más alto del placer.
Con el fin de evitar futuros males, al ser un terreno que el
chaval no conocía, fue obligado a usar un casco, no común a los de guerra, más
bien elástico y anatómico. Además, el trayecto era acompañado por un coro de dulces
y desgarradores gritos, quizás provocados por la turbulencia del viaje.
Transcurridos largos veinte minutos, el casco ajustaba cada
vez más, acción que advertía la cercanía de las puertas del cielo. El cansancio
asoma. La ninfa le toma fuertemente las manos rogándole volar al mismo ritmo y
evitar así que los nervios le jugaran una mala pasada al chiquillo. Iluminada
de cierta luz, la ninfa hace gala de su arte y con maniobras casi circenses lo
ayuda a volar a una velocidad superior.
A lo largo de la jornada, descubrió posiciones y maneras de
hacer el amor que ni las nuevas tecnologías relataban.
Culminaba la media hora y aún no disfrutaban el punto más
alto, la ninfa sutilmente le pidió prisa, le hizo saber que de lo contrario tendrían
que suspender el viaje y lo dejaría en medio del camino flotando solo.
Por lo tanto, retomaron el viaje como aguas turbulentas, con
mucha más velocidad, con más violencia y al llegar la hora, las puertas del
cielo abrieron y dejaron ver un fuerte resplandor.
Este ha sido el final de un trayecto largo que culmina con
la ninfa patrona del paraíso besando el casco del aventurero y retirándolo de
su cabeza felicitándolo por su hazaña, de rodillas le hace reverencia al
aventurero aquel que de inmenso gozo deja caer lágrimas tan blancas como la
espuma.
Esta es una historia real, le sucedió al amigo de un amigo.
Jimmy ya no lee mucho. Hoy es un próspero empresario e inversionista de la
industria porno amateur y suele merodear prostíbulos capitalinos acompañado de
una videocámara fantaseando con aquellas escenas sexuales narradas en las
novelas eróticas que consumía años atrás.